Ayudas y motivación para hacer una buena confesión
“El Señor Jesucristo, médico de nuestras almas y de nuestros cuerpos, que perdonó los pecados al paralítico y le devolvió la salud del cuerpo (cfr. Mc. 2,1-12), quiso que la Iglesia continuase, con la fuerza del Espíritu Santo, su obra de curación y salvación, incluso en sus propios miembros. Esta es la finalidad de los dos sacramentos de curación: del sacramento de la Penitencia y de la Unción de los enfermos” (Catecismo de la Iglesia, 1421).
Jesús, llama a la conversión
Al comienzo del evangelio nos encontramos con el anuncio de Jesús: “El tiempo se ha cumplido y el Reino de Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva” (Mc.1,15). Jesús no solamente anunció la conversión, sino que manifestó, que no vino a condenar ni juzgar, sino a salvar y curar. Sanó a los enfermos, curó las dolencias de muchos, y les devolvió la paz interior, diciéndoles: “vete en paz, tu fe te ha salvado”. Jesús encarna el amor misericordioso de Dios, que quiere no la muerte del pecador, sino que cambie de conducta y viva. En la confesión, nosotros recibimos el perdón de nuestros pecados.
Solo Dios perdona nuestros pecados, a través del sacrificio redentor de Cristo, que murió por nosotros para darnos una nueva vida.
¿Cómo puedo hacer una buena confesión?
Puedo seguir estos pasos:
1- Examen de conciencia, le pido a Dios que me de conciencia del pecado, de saber interiormente en qué dimensiones de mi vida he roto con su amor, puesto que a Él se dirige, mi confesión. Miro al interior de mi vida y veo si he hecho daño a los demás, si he sido oscuridad y he sembrado división, si estoy cumpliendo con lo que Dios quiere de mi vida, si estoy adorando ídolos en vez de buscar a Jesús el camino que nos lleva al Padre. Miro si he cumplido con mis obligaciones personales.
2- Un acto de contrición, me arrepiento de los pecados y pido a Dios sentir dolor por los pecados cometidos, con la resolución de no volver a pecar.
3- Confesión de los pecados, al sacerdote, ministro de la reconciliación, sabiendo que solo Dios perdona nuestros pecados, lo hago sin explicaciones, con sencillez, en la presencia de Dios, sabiendo que “al que mucho ama, mucho se le perdona”.
4- Satisfacción. Los pecados no solamente nos hacen daño, sino que afectan a los demás y obviamente a mi relación con Dios. Es preciso hacer lo posible para reparar los daños que se han hecho. Esta satisfacción se llama también penitencia, que puede consistir en la oración, ofrendas, obras de misericordia, servicios al prójimo, privaciones voluntarias, sacrificios, sobre todo, la aceptación paciente de la cruz que debemos llevar. (Cfr. Catecismo de la Iglesia 1451, 1459, 1460).
Mientras esperas el turno para confesarte
1- Puedes hacer una oración sencilla, poniéndome en la presencia de Dios, reconociendo su amor, y los pecados que he cometido.
2- Puedes leer el salmo 50: “Misericordia, Dios mío, por tu bondad; por tu inmensa compasión borra mi culpa; lava del todo mi delito, limpia mi pecado. Pues yo reconozco mi culpa, tengo siempre presente mi pecado; contra ti, contra ti solo pequé, cometí la maldad que aborreces. ¡Oh Dios, crea en mi un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme; no me arrojes lejos de tu rostro, no me quites tu santo espíritu¡”.
3- O también Lc. 15, 4-7: “Si uno de ustedes tiene cien ovejas y se le pierde una, ¿no deja las noventa y nueve en el campo y va a buscar la extraviada hasta encontrarla? Al encontrarla, se la echa a los hombros, contento, se va a casa, llama a amigos y vecinos y les dice: Alégrense conmigo, porque encontré la oveja perdida. Les digo que, de la misma manera habrá más fiesta en el cielo por un pecador que se arrepienta que por noventa y nueve justos que no necesitan arrepentirse”.
4- Ezequiel 36, 26: “Derramaré sobre vosotros un agua pura que os purificará: de todas vuestras inmundicias e idolatrías os he de purificar; y os daré un corazón nuevo, y os daré un espíritu nuevo; arrancaré de vuestra carne el corazón de piedra y os daré un corazón de carne. Os infundiré mi espíritu, y haré que caminéis según mis preceptos”.
5- Puedes rezar pausadamente el Padre Nuestro.
Celebro la Eucaristía y permanezco unido a Cristo
El perdón de Dios, restituye mi comunión con Él y con la Iglesia, y por eso puedo celebrar con mayor alegría y profundidad, la Eucaristía, centro y culmen de la vida cristiana. Hay una unión profunda entre estos dos sacramentos que no solamente comunican la vida divina, sino que estimulan el crecimiento de la vida, llena de cambios e incertidumbres. La unión con Dios, me compromete con el mundo donde vivo, con las personas con las que tengo que compartir mi existencia, con la familia, y con la sociedad. La Eucaristía, me mueve a un compromiso social, a un testimonio público de la fe.
Cada confesión será un estímulo para confiar más en el amor de Dios y en su providencia.