ADVIENTO
El tiempo de Adviento presenta un doble aspecto: por una parte, es el tiempo de preparación a la solemnidad de la Navidad, en la cual se conmemora la primera “venida” del Hijo de Dios y por otra, por este recuerdo se dirige nuestra atención hacia la expectación de la «segunda venida › de Cristo al final de los tiempos. Por esta doble razón se presenta el Adviento como el tiempo de la alegre esperanza.
Nuestra vida cristiana adquiere sentido a partir de estos dos momentos históricos: La encarnación de Cristo que nos diviniza y la parusía que lleva esta obra a su total cumplimiento. El cristiano vigila, y espera siempre la venida del Señor.
La historia de la liturgia de Adviento manifiesta que la asamblea cristiana, al reunirse en este tiempo santo, celebra la venida de Jesús en Belén, la presencia del Señor en su Iglesia, particularmente en las acciones litúrgicas, y la venida definitiva del Rey de la gloria al final de los tiempos. Este hecho de la venida del Señor debe despertar en el cristiano una actitud personal de fe y vigilancia, de hambre o pobreza espiritual y de misión o presencia en el mundo, para que se realice el encuentro personal que constituye el objeto de la pastoral del adviento
Actitud de fe y vigilancia. Por la fe no solamente admitimos un cierto número de verdades o proposiciones contenidas en el Credo, sino que llegamos a la percepción y conocimiento de la presencia misteriosa del Señor en los sacramentos, en su Palabra, en la asamblea cristiana y en el testimonio de cada uno de los bautizados. Sensibilizar nuestra fe equivale a descubrir al Señor presente entre nosotros.
La vigilancia no debe entenderse solamente como defensa del mal que nos acecha, sino como expectación confiada y gozosa de Dios que nos salva y libera de ese mal. La vigilancia es una atención concentrada hacia el paso del Señor por nuestras cosas.
Actitud de hambre o pobreza espiritual. El Adviento es también tiempo de conversión. Porque ¿cómo podemos buscar al Señor si no reconocemos que tenemos necesidad de El? Nadie deseará ser liberado si no se siente oprimido. Pobreza espiritual es aquella actitud de sentirse necesitado de Aquel que es más fuerte que nosotros. Es la disposición para acoger todas y cada una de sus iniciativas.
Actitud misionera o presencia en el mundo. “En realidad, el misterio del hombre solo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado” (GS núm. 22). El hombre de hoy busca ansiosamente su razón de existir. La multiplicación de las relaciones mutas por el progreso técnico no llevan al hombre a la perfección del coloquio fraterno. Cada vez se siente más necesitado de la comunidad que se establece entre las personas. Humanismo y progreso técnico tientan al hombre para emanciparse de Dios y de una Iglesia que no esté verdaderamente presente en el mundo. En el misterio de la encarnación el hombre descubre su verdadera imagen y su pertenencia a un mundo nuevo que ha comenzado a edificarse en el presente. Cristo viene para todos los hombres.
Los Evangelios de estos cuatro domingos se refieren, como en los ciclos A y B, a la segunda venida del Señor (domingo primero), como llegada última y definitiva de nuestra liberación (Lc. 21,25-28. 34-36); a Juan Bautista (domingo segundo y tercero), como precursor de la anunciada salvación (Lc 3,1-6), y predicador de las disposiciones personales que requiere la aceptación de la salvación (Lc 3,10-18); a los acontecimientos que preparan de manera inmediata el Nacimiento del Señor en los que tuvo parte tan importante María la Madre de Jesús (Lc. 1, 39-45).
Las lecturas del Antiguo Testamento son profecías acerca del Mesías y del tiempo mesiánico.
La lectura apostólica contiene exhortaciones acomodadas a las peculiaridades del tiempo de adviento, tiempo de espera y preparación.
(Copiado de la introducción al leccionario de Adviento, ciclo C)