VIRGEN DE CHIQUINQUIRA
HISTORIA DEL LIENZO DE LA VIRGEN DE CHIQUINQUIRA
A los 37 años de descubiertas las actuales tierras del continente americano, llegan a la ciudad de Santa Marta, en diciembre de 1528 los españoles, García de Lerma que vino como gobernador y 19 frailes Dominicos como misioneros y evangelizadores.
En 1555, llegaron a la costa norte los frailes Dominicos con una estatua de la Virgen del Rosario. Esta primera estatua de la Virgen fue llevada a Santa fe de Bogotá en 1556. Grandes homenajes se le tributaron a su llegada, y desde entonces, es la impulsadora de la predicación misionera y del Santo Rosario.
En el año 1560, Antonio de Santana (caballero venido de España), obtuvo la encomienda de Suta en el valle de Sequencipá (Boyacá), que lo autorizó para organizar y regir el destino socio-político de la región.
Antonio de Santana, solicitó al fraile dominico Andrés Jadraque una imagen de la Virgen María, para colocarla en la capilla de Suta. Fray Andrés, fue a Tunja y convino con Alonso de Narváez, que le pintara una copia de la imagen de la Virgen María. La pintura la hizo en un lienzo de algodón de 1,26 x 1,13 cm., tejido por los indios, utilizando mezcla de tierra de colores y zumo de yerbas y flores. Como en el lienzo sobraba espacio, Alonso pintó al lado derecho a San Antonio de Padua, fraile franciscano, por ser el nombre del encomendero; al lado izquierdo pintó a San Andrés, apóstol, por ser el nombre del fraile que lo agenciaba. El encomendero pagó por la pintura $ 20 pesos. La imagen fue colocada en la capilla pajiza de Suta, donde fray Andrés catequizaba a los indios de la región.
En 1574, la misión que habían iniciado los dominicos pasa al clero secular y fray Andrés Jadraque es enviado a otro convento. Al ausentarse fray Andrés de aquel lugar, pronto decayó el culto y la imagen quedó abandonada. Con el tiempo la capilla se deterioró, las goteras y el sol dañaron la imagen.
En 1576, el doctrinero Juan Alemán de Leguizamón, encontró el lienzo en tan mal estado, que nada representaba, lo retiró del altar y lo entregó al encomendero en presencia de su mujer, Catalina de Irlos. El lienzo fue a dar a una despensa de campo, donde estuvo mucho tiempo de una parte a otra, según el servicio doméstico a que se le aplicaba, entre otros el de secar trigo al sol, con lo cual se le causaron varias roturas.
En 1577, muerto Antonio de Santana, su mujer Catalina se retiró a la aldea de Chiquinquirá con su familia y llevó el lienzo como un objeto de servicio doméstico. Por esta época, Chiquinquirá era una aldea despoblada, muy pantanosa, cubierta de niebla. Los indios de esta región tenían un famoso templo en la laguna de Fúquene, a donde acudían a ofrecer sus dones y sacrificios.
En 1585, María Ramos, esposa de Pedro de Santana, hermano de Antonio, llegó a Tunja en busca de su marido a quien encontró viviendo con otra mujer. Decepcionada, se vino a vivir con su cuñada Catalina de Irlos a la aldea de Chiquinquirá, donde encontró el lienzo abandonado. Al saber que en él habían pintado una imagen de la Virgen, lo recogió, lo arregló y lo colocó en alto, frente al cual hacia su acostumbrada oración: “¿Hasta cuándo, rosa del cielo, habéis de estar tan escondida? ¿Cuándo será el día en que os manifestéis y os dejéis ver al descubierto para que mis ojos se regalen de vuestra soberana hermosura, que llene de alegría mi alma?”.
Estas palabras las repetía María Ramos todos los días hasta que por fin fueron benignamente escuchadas. Fue así como el día viernes 26 de diciembre de 1586 a las nueve de la mañana, después de haber estado la devota más de dos horas en oración, se levantó de su asiento para salir de la capilla. En aquel instante pasaba por allí una india que venía de Muzo, llamada Isabel, con un niño llamado Miguel, de unos cuatro o cinco años. Al pasar frente a la puerta de la capilla dijo el niño a la mujer que lo llevaba: “¡Mire, mire! Miró la mujer hacia la capilla y vio que la imagen de Nuestra Señora estaba en el suelo, de pie, y despedía de sí una luz que llenaba de claridad toda la capilla. Llena de asombro dijo en alta voz a María Ramos, que iba saliendo del oratorio: “Mire, mire, Señora, que la Madre de Dios se ha bajado de su sitio, está en vuestro asiento y parece que se está quemando”. Miró María Ramos y admirada de ver tan estupendo prodigio, llena de asombro se dirigió llorando hacia el altar, se arrojó a los pies de la sagrada Imagen; con mucho temor puso los ojos en ella y vio cumplidos sus deseos, pues, estaba patente la imagen de la Madre de Dios en el sitio en que la piadosa María Ramos solía orar, con una hermosura sin igual y con unos colores muy vivos y despidiendo de sí grandes resplandores que bañaban de luz a los santos que tenía a los lados y llenaba de claridad toda la capilla. Tenía el rostro muy encendido. Toda la pintura estaba renovada completamente. Sin embargo quedaron en el lienzo, los agujeros que antes tenía.
Después de una hora, con mucho temor y reverencia alzaron el cuadro y lo colocaron en el lugar que estaba antes. El rostro de la Madre Santísima duró encendido todo aquel día; después, la imagen quedó tal como hoy se contempla.
La noticia del prodigio se propagó rápidamente por todos los lugares circunvecinos, cuyos moradores presurosos acudieron a ver la imagen renovada.
Fuente: https://virgendechiquinquira.com/
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